JUGANDO
A NO PERDERSE
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En la
presentación de la antología poética “ANTÓN PIRULERO”
Museo Municipal Albacete, 20 de noviembre de 2015
Manuel Cortijo Rodríguez
No
pocos estudios hechos sobre la infancia como espacio recurrente y vivificador en
la poesía, se bastan así mismos como
honda palpitación que nos llevara a contemplar aquellas tasaciones primerizas
de una inquietud que juega, que aún nos ilumina, nos sobrevive porque nos
alcanza y supera entre las resonancias ya mitificadas, como si fuese un viejo
pregón de eternidad. A través de ellos, una larga nómina de autores nos han ido
dejando, en textos de diferente numen, el
desarrollo de sus raptos exploratorios, fructuosos en extremo, los
afloramientos sustanciales de sus magisterios, de sus capacidades imaginativas.
Desde diferentes puntos de vista, han ido buceando por el fondo de los mares
azules de la infancia, hasta dejarnos el regusto más íntimo, la referencialidad del juego como actividad
primaria de los niños que fueron y que fuimos (¿somos niños aún?), que acaso
sin saberlo, ya jugábamos a ser hombres en la vida, desde la sujeción del
sonajero.
Bajo
los alumbramientos reveladores aportados, se manifiesta un conjunto de símbolos,
cuya modulación salvadora, y aun gloriosa, se nos presenta como un aire amoroso que avivara las llamas de un
fuego que no acaba, que no puede acabar de apagarse del todo, porque trasciende
duraderamente y telegrafía emociones plenarias de unos tiempos sin término. De esa manera, podremos entender, gozar la
trasmutación más alba de la infancia en esta obra antológica, toda pureza por
los cuatro costados que la arropan, que acabamos de mirar por vez primera, en
este instante tan anhelado por todos, mujeres y hombres que han dejado
espejitos de estrellas cantados líricamente con luminosa exquisitez. La
afirmación poética, su fuerza emotiva, tal es así, poderosa y propagadora, como la fe de un fuego, que
arrasa cuanto puede proponerle la leña de cualquier emoción, cualquier imagen
que acude a la llamada oída del poema. Pero la enunciación poética, propiamente dicha, ateniéndose al modelo de cualquier expresión
lírica, implica, desde luego, a su vez
una opción simbólica que radicaliza el predominio de la imaginación, del
sentimiento anhelado hacia la revelación de múltiples experiencias. Nada puede
haber más hondamente poemático que la infancia jugando a no perderse, la
infancia que nos proyecta activa, definitivamente, hacia una elevación sin
techo, a tantísimas escenas, luces depuradoras de los más dulces goces, como
fueron los juegos, que se quedan a vivir
para siempre en el alma, salvados para siempre.
Así
he acogido yo en haces deliciosos, bien
atados por sus creadores, los poemas todos, los fervorosos cantos que se
cumplen en esta antología segunda que, al calor y la pujanza de AMUNI,
saludamos, tenemos esta tarde en nuestras manos que esperaban, anhelantes de
sentimientos y sobrecogimientos personales, procedentes de tantísimos ensueños,
la salud sobreviviente y manadera de las aguas más claras de la imaginación,
reminiscencias entrañadas en los hábitos donde tuvo su sitio nuestra infancia.
La
cultura literaria y plástica españolas, reúne en este libro dos contextos
artísticos: la poesía y las artes plásticas, el resultado de dos expresiones
estéticas, donde se quedan a vivir 107 voces
poéticas de ritmos y tonos diferentes, así como 18 artistas plásticos, también
de diferente inspiración, de variadas aptitudes
y técnicas que, sin exclusiones, juegan muy delicadamente en estas
páginas, floreciendo en apiñamiento total. Bien merecen, merecían los perfumes
y acentos poéticos de los unos, las expresiones luminosas de los otros, una mayor
atención que, por razones de espacio y tiempo, no puede encenderse, ni obedecer
al júbilo que debiera insistir en proyectar este introductor.
La
oportunidad, acaso inmerecida, el honor y el orgullo que se me brinda de
pregonar este libro, definitiva y recrecidamente luminoso, lujoso en apariencia
y resplandeciente en transparencia límpida, en sus valores poéticos e ilustrativos, me trasladan
en estos momentos, muy gozosamente, a aquellos paraísos infantiles, improvisados
campos de batalla, donde nuestros héroes ensoñados, ganaban sus combates sin apenas
tener que despeinarse. Antes de que el
alma descienda de allá arriba, de sus vuelos altísimos, necesario es que
agradezca esta distinción, en gradación muy enaltecida, a los aventajados en
bonhomía, en tantas cosas buenas, como son Pilar Geraldo y Juan Peralta, a la
una y al otro, a los dos, que tantísimo han puesto de su tiempo y sus dotes
intelectuales, para que en este día, tan aireado de ilusión, culminen dos de
sus más alboreantes aspiraciones: por una parte, enseñar el museo donde viven nuestros primeros pasos en
la escuela, la inocencia auroral de aquel niño que fuimos, que fuimos a
aprender el oficio y la gracia de ser hombres,
y por otra, dar a la luz esta obra espigada, granada como pocas, sin
precedentes, cuyo acabado final es excelente, pura envidia de todos y de tantos
como vendrán a tomar los aires luminosos, que abrazan más que nada en esta obra.
En
los poemas todos y las ilustraciones de este libro, “ANTÓN PIRULERO”, se accede
a la visión cristalina de la niña o el
niño, que hace tangible sus ensoñaciones, sus juegos evocados, como si
sus autoras y autores quisieran sostener una bandada de pájaros felices en sus
manos. Pájaros que tuvieron o soñaron en la calle, en los patios o corrales, en
las eras de entonces que ahora llegan a la médula de la luz por esa sola vía
que abre el sentimiento. La infancia en la poesía juega hoy aquí, en Albacete,
a cuatro bandas, cuatro paredes blancas que cobijan un sueño que estaba por
decir, unas voces que cantan o gimen la luz de los poetas en tempranas
imágenes, emociones primeras que nos raptan de una inspiración vivificadora, sustanciadora
de lo más verdadero que tuvimos.
Infancia
y poesía, en este libro casi único, juegan a dar y dan el gran aviso de un
tiempo (¡Terrible noria del tiempo!,
Federico García Lorca) de absoluta inocencia que se prolonga por los surcos
sembrados de nuestra estimulada melancolía, que aquí acaba en cosecha para
luego, para cuando otras niñas y otros niños, portadores sin par de la alegría,
lo mismo que nosotros, quieran jugar y jueguen al juego de la vida, a cazar en
las tardes de verano lentas mariposillas del aire y algún vuelo precoz de
gurriato. Niños que nacerán con la sed de algún juego entre sus manos, el
hallazgo primero de unas lágrimas que mojarán sus rostros de ternura infinita.
Sería
un mal vendedor del producto que me cabe el honor de pregonar, si no les animase
a que lo prueben, lo posean, lo abracen fuertemente contra el pecho y lo sigan
desde, a modo de pórtico, la
presentación, olorosa y sabrosa de Santiago Cabañero, Presidente de nuestra
Diputación, pasando por las líneas inefables, enardecidas hasta la devoción del
que sabe nombrarse agradecido, de Juan
Peralta, Director del Museo Pedagógico y del Niño de Castilla-La Mancha, hasta
llegar al prólogo, que le debemos al poeta manchego, de Membrilla, Cristóbal
López de la Manzanara: unas líneas que son el poderoso encendimiento de la sabiduría, un toque de
meditación muy sublime y profundo, de
atención al lector, al que pone a las puertas, aún sin abrir, de la emoción que
le espera en estas páginas de apelaciones señaleras de unos trayectos
reconocibles, actividades entrañables. Tras la sección primera, “Cada cual que atienda
su juego”, desembocamos en el interludio de la obra, que es una luz descendida desde
el magisterio universitario de José Luis González Geraldo, una conversación muy
en serio, cara a cara con el lector, a quien previene casi de principio: “no
tengo tiempo para juegos”, una declaración postural de amor incontestable, originalísima,
a la infancia que nos suena a deleite, porque
acaba siendo como una hermosa y profunda
“Jugarreta de la vida”, reconocida así por nuestro profesor de Teoría e
Historia de la Educación en la Universidad de Castilla La Mancha, campus de
Cuenca.
Pero
estos ardores lumínicos siguen reclamando la complicidad del lector. Después de
tanta elevación artística que se prolonga en la segunda sección, “Y el que no
lo aprenda…”, llegamos a alcanzar la compañía buscada de Pilar Geraldo, a quien cito otra
vez, pero ahora como verdadera y máxima responsable, con el apoyo impagable,
generosísimo, de Ana González Haro, de
la preparación y publicación de esta belleza viva que nos pide atención. En su
“A modo de despedida...”, Pilar nos gana el corazón, sabe que ya no vamos a
dejar de quererla nuestra los poetas e ilustradores. Desde la primera línea se
evidencian, por sí mismos, los albos resplandores de la mujer bondadosísima que
es, de poeta que vive, “sin dejar de jugar”, su particular epifanía, que
almacena, como un vientre preñado, la madurez del hombre “jugando siempre con
la magia de ser niños”, de ese hombre que viene muy temprano a lucir desde la infancia.
Grande, Pilar, como tu corazón, es tu obra segunda, esta siembra
poético-ilustrativa que va conmover placenteramente, como muy pocas pueden, a
muchas sensibilidades.
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