jueves, 8 de diciembre de 2011

DE LO INÉDITO: EL LIBRO DE LOS OLORES

El libro de los olores de CRISTÓBAL LÓPEZ DE LA MANZANARA


Aula Juan Alcalde

Martes 28 de abril 2009


En trabajo anterior afirmé, y hoy sigo diciendo, que si Menéndez Pelayo hubiera vivido muchos años más y hubiera conocido a Cristóbal López de la Manzanara, sin duda lo hubiera incluido en su Historia de los heterodoxos españoles.
Personalidad independiente, crítico con algunos postulados de la sociedad moderna, humano y con un espíritu dotado con cierto toque de hedonismo e ironía, Cristóbal se nos aparece a través de la palabra certera y disconforme. Hombre incansable, aparte de su titulación de farmacéutico, es Licenciado den Ciencias Políticas y en Sociología. Es miembro fundador de la revista Alacena del Grupo literario Azuer de Manzanares y de la Tertulia Poética Buen Retiro y también subdirector de la revista Cuadernos del matemático. En la actualidad prepara su tesis doctoral La poesía española: Exilio interior, exilio exterior 1927-1977. Poesía y cambio social, y es autor de múltiples artículos sobre literatura y de los libros de poemas Episodios de la sed (1988), Las pesadumbres del ozono (1991) y La voz entre palabra (1998) que ya han visto la luz de la publicación, junto a otros que se encuentran en el umbral de la misma como son El cajón de las formas, Poemas para enseñar a un inmigrante y el que presentamos hoy El libro de los olores del que daremos noticia a continuación.
Referí también que Cristóbal se situaba frente a un universo perfecto que, paradójicamente, tiene su imperfección (allí donde lo humano habita) y que tiene la voluntad de desentrañarlo. Y, además, que en esta labor se mezclan su vida, su tempus cotidiano, su palabra poética, la angustia, el ser y su entorno.
El poeta se rebela contra la vida y se alza ante ella con la palabra poética, porque observa una realidad anodina, insustancial e insignificante, como fuente de aburrimiento y de falta de imaginación, y prosaica como ausencia de idealismo, insulsa y vulgar. Y que en lugar de evadirse en el tiempo o en el espacio, Cristóbal nos ofrece en cuanto al contenido de la existencia a la evasión, revolución y cambio, y en cuanto a lo prosaico y lo anodino, poesía, porque su obra es un proceso de poetización de la realidad para reafirmarse en que la tierra y la vida de los hombres pueden ser humanamente posible, tanto como si la vida fuera poéticamente posible.
Además, expresé el esfuerzo que hace el poeta que busca en el conocimiento las claves de la existencia, los signos de lo verdadero, las imágenes y los restos de lo que no ha borrado el paso del tiempo. En esta doble vía, la de hacer la realidad también poesía y la voluntad de reconocer las claves de la vida, se enmarca el libro que nos da a conocer en este Aula Juan Alcalde, El libro de los olores.
Nosotros no percibimos la realidad sino como un todo en el que participan todos nuestros sentido. Y ¿por qué el olor y no el gusto u otros sentidos? Su formación y su profesión, sin duda, han influido claramente en la elaboración de este libro, cuyos poemas han sido fruto de una larga labor de realización, porque abarcan un periodo de casi diez años, desde 1997 a 2006, marco temporal extenso para una nueva reflexión, pues en Cristóbal el concepto de creatividad no se concentra sólo en una elaboración estándar de lo poético, sino que creatividad también significa renovación o voluntad de innovación y exploración de nuevas ideas y experiencias.
Y parte de lo abstracto (olor a tristeza, a alegría, a desengaño, a alma, a paz) a lo tangible (olor a libro, a casas, a ropa, a vino) de lo universal (olor a noche, a primavera, a claridad) a lo personal (olor a farmacia, a despacho, a piscina, a bar) y a la toponimia (olor a Membrilla, a Manzanares, a Getafe, a Alicante, a Madrid).
El olor que Cristóbal nos quiere comunicar no sólo es físico sino también espiritual y sentimental que nace de percepción del aroma, de la fragancia o del hedor y que le sugieren el instante, los momentos o experiencias felices o amargas, evocando siempre pasado y presente al mismo tiempo. El olor que Cristóbal nos quiere transmitir es una fragancia, si se puede decir así, serena, vista desde el punto de vista de un persona que ya está en la cincuentena y que acumula la suficiente experiencia poética y humana para decir. El olor es la vía por la que el poeta se adentra, absorbe y espira, y nos invita a que sigamos su recorrido que nos lleva más allá de las tres dimensiones para que nosotros, cuando olamos, también participemos de esta experiencia con más reflexión, porque el aroma que Cristóbal percibe entra por los ojos y cada percepción es ejercicio de poema breve, pero intenso donde se invocan y evocan varios sentimientos o varias reflexiones a la vez: “Al regresar rechinan en los ojos la infancia / los primeros pecados capitales (…) / que atosigan el alma con los tantos por ciento / que de ternura la memoria aguanta (Olor a casa), “El pergamino del mar / cuyos barcos son comas” (Olor a mar). Un juego conceptual profundo y estimulante, cuya densidad deja una impronta indeleble en el lector como un fogonazo electrizante que despierta el sentido original de la poesía: “La infancia te restriega la memoria / por el cristalino con forma de mazapanes de luna despistada”, nos dice en Olor a Navidad para culminar con “y se para la paz por un instante a pensar / para qué sirve”. Y así uno a uno sus poemas van construyendo un mosaico de fragancias del recuerdo, de aromas de lo huido, de efluvios de certezas vividas que orean los montes y los caminos, los mares y los cielos de un paisaje interior que sólo necesita amparo poético.
Y a ello contribuye el uso de lo simbólico, lo metafórico, lo culto y lo coloquial que son los rasgos de su estilo, porque gusta el poeta de emplear el recurso retórico de la metáfora como un elemento fundamental de su poética, con la mezcla de imágenes tradicionales y con otras asociaciones alógicas o irreales que dan más fortaleza al poder evocador de la palabra “Huele la luz candeal a recién hechas”, “El corazón es un lápiz que todo lo apunta”. La prosopopeya también goza de una riqueza elocutiva y evocadora fuera de límites: “las persianas escriben la luz a doble espacio”, “mientras la claridad orina luz en las fachadas”, “el aire se recuesta en la hierba”; ejemplos evidentes de esa vocación innovadora de Cristóbal. Y también su acercamiento a la realidad al recoger de su acerbo usos del lenguaje coloquial: “y la esperanza echa a correr / como una loca “, “La luna se da de hostias con el mar”.
Con ello, la palabra de Cristóbal en El libro de los olores se nos presenta como un soplo de aroma fresco, como fuente de sugerencia y de reflexión, como brisa que no pasa, sino que se queda en los folios hasta que vean la luz de su publicación, y si esto no ocurre, perderán los amantes de la poesía la percepción intelectual, sensorial y sentimental de su y de sus vidas.

Juan Pedro Carrasco García

NOTICIA DE UN HETERODOXO

Cristóbal López de la Manzanara: NOTICIA DE UN HETERODOXO

El cajón de las formas
Centro de poesía José Hierro
Jueves, 5 de noviembre de 2009

Si Menéndez Pelayo hubiera vivido muchos años más y hubiera conocido a Cristóbal López de la Manzanara, sin duda lo hubiera incluido en su Historia de los heterodoxos españoles. Personalidad independiente, crítico con algunos postulados de la sociedad moderna, humano y con un espíritu dotado con cierto toque de hedonismo e ironía, Cristóbal se nos aparece a través de la palabra certera y disconforme. Hombre incansable, aparte de su titulación de farmacéutico, es Licenciado en Ciencias Políticas y en Sociología. Es miembro fundador de la revista Alacena del Grupo literario Azuer de Manzanares y de la Tertulia Poética Buen Retiro y también subdirector de la revista Cuadernos del matemático. En la actualidad prepara su tesis doctoral La poesía española: Exilio interior, exilio exterior 1927-1977. Poesía y cambio social, y es autor de múltiples artículos sobre literatura y de los libros de poemas Episodios de la sed (1988), Las pesadumbres del ozono (1991) y La voz entre palabra (1998) que ya han visto la luz de la publicación, junto a otro que se encuentran en el umbral de la misma titulado El libro de los olores.
Se diría, en un principio, que busca en el pasado (algunas veces mítico) y en el corazón del conocimiento las claves de la existencia, los signos de lo verdadero, las imágenes y los restos que no ha borrado el paso del tiempo para continuarlos en el poema, que es un crisol donde cabe todo. En él analiza un mundo que le viene dado de convenciones, de costumbres, de tradiciones, elementos más o menos integrantes de una categoría cultural, por un lado, y sociológica por otro y un universo que forma parte de un todo general. Así lo cósmico (planetas, constelaciones, galaxias, astros, estrellas, satélites) y lo telúrico (el mar, la tierra, el aire) tienen cabida en su poética y están interrelacionados con lo humano y lo espiritual (el horizonte, la muerte, las horas, la esperanza) y lo social (constituyente de una realidad que no le satisface): la palabra, la voz se entreteje entre sus versos con estos contenidos, porque el poema es un todo, tan todo como el universo. Y a partir de este momento, de esta consideración, globalizado lo cósmico y lo telúrico, lo físico y lo inmaterial, lo espiritual y lo social, el poeta se interna por los caminos del conocimiento para descubrir, sin panteísmo, el lugar y el destino del hombre.
Internarse en los versos de Episodios de la sed, Las pesadumbres de ozono o La voz entre palabra, es un ejercicio de inmersión en el universo. Pero si en Episodios de la sed, los cósmico, lo sideral y lo telúrico o natural se convierten en el haz y el envés de un mundo poético interrelacionado, cuyo telón de fondo es el ser humano, en Las pesadumbres del ozono la voz y la palabra se van humanizando paulatinamente y ensanchando los paisajes, los territorios en que se alojan en un proceso progresivo desde lo cósmico para acercarse a lo natural y evolucionar, sin olvidar nunca los dos planos anteriores, aún más hacia lo humano en La voz entre palabra. Veamos esta gradación: “Hay que arañar los astros hasta que desfallezcan” (Episodios, p, 18); porque el día es “desierto que me pertenece” (Pesadumbres, p. 15); mientras “el alba hilvana la palabra / al estirarse el aire limpiamente / para acertar en el blanco de la vida” (La voz entre palabra, p.17)
El poeta se sitúa ante a un universo perfecto que, paradójicamente, tiene su imperfección (allí donde lo humano habita) y que tiene la voluntad de desentrañarlo. Y, además, que en esta labor se mezclan su vida, su tempus cotidiano, su palabra poética, la angustia, el ser y su entorno. Y se rebela contra la vida y se alza ante ella con la palabra poética. El procedimiento y los objetivos están servidos en su poética, porque a raíz de la búsqueda, de la indagación, de este zambullirse en las simas del conocimiento, orienta, con una actitud heterodoxa y diferente, su forma de vida y de escritura. El poeta además asiste a la observación de una realidad anodina, insustancial e insignificante, como fuente de aburrimiento y de falta de imaginación: prolongando las aristas del vacío / que se ruborizan lentamente” y prosaica, como ausencia de idealismo, insulsa y vulgar. Y en lugar de evadirse en el tiempo o en el espacio, López de la Manzanara nos ofrece en cuanto al contenido de la existencia a la evasión, revolución y cambio, y en cuanto a lo prosaico y lo anodino, poesía, porque su obra es un proceso de poetización de la realidad.
Su voz emerge entre la inmensidad como un eco ahogado y surge de las profundidades un yo observador y catalizador de la alteridad, porque su palabra es propuesta globalizadora, proyecto de cambio hacia una realidad contaminada, en positivo, por la poesía, y esta realidad de momento impide el desarrollo del deseo, por eso: “En esta propuesta de constelaciones / que abordan al crepúsculo / desemboca un payaso mártir” (Episodios, p. 42)
También, el poeta expresa el esfuerzo que hace quien busca en el conocimiento las claves de la existencia, los signos de lo verdadero, las imágenes y los restos de lo que no ha borrado el paso del tiempo. Sin duda, la obra de López de la Manzanara es un proceso de poetización de la realidad para reafirmarse en que la tierra puede ser un lugar “humanamente posible”. Una poesía que él llama Sociológica. Y en esta doble vía, la de hacer de la realidad también poesía y la voluntad de reconocer las claves de la vida, se enmarca su última obra El cajón de las formas.
Su formación y su profesión han influido en la elaboración de este libro, cuyos poemas han sido fruto de una larga labor de realización, porque abarcan un periodo de casi cinco años, desde 2005 a 2009, marco temporal para una nueva reflexión, pues en Cristóbal el concepto de creatividad no se concentra sólo en una elaboración estándar de lo poético, sino que creatividad también significa renovación o voluntad de innovación y exploración de nuevas ideas y experiencias y, cómo no, riesgo.
Ya se refiere en la presentación inicial del libro por parte de Rafael Conde Cerrato la originalidad del mismo: “Me da la impresión de que El cajón de las formas es un libro ambicioso, atrevido, distinto, puede que tal vez me equivoque pero desde luego esta obra no responde a los cánones de lo que ha venido siendo literatura referida a la farmacia”. Y en el Prólogo Manuel Romero aduce la exposición del poeta al compromiso de la composición: “Ha compuesto bien un libro de riesgo con estos sonetos de la experiencia. Lo ha vertebrado en compartimentos temáticos que tienen que ver con sus vivencias profesionales de farmacéutico y sociólogo”.
La variedad temática es el reflejo de una variedad formal, de las formas del contenido, que contrasta con la unicidad del metro (es decir el uso exclusivo del soneto, aunque también incluye una décima). Fondo y forma unidos sin arbitrariedad, porque las formas son expresadas en o con formas. Formas éstas que trascienden lo meramente formal para llegar unas veces a lo épico, otras a lo grácil, las más a lo cotidiano y siempre a lo auténtico. De ahí que los sonetos no se revistan de lo subsidiario sino de lo realmente verdadero, con la fluidez desde el verso inicial hasta el último y con la maestría del orfebre que sabe cerrar con grandeza el soneto y dejar un regusto de excelencia en la poesía.
Sus poemas se perfilan cargados de análisis de una realidad a través de la idiosincrasia de las tierras, los rasgos y las circunstancias de las etapas de la vida humana y el sentimiento religioso en “Tiempo de Pasión”; y se perfilan de observación sociológica con la expresión de las manifestaciones del pensar y del sentir no siempre amable como los “Sonetos para enseñar a un emigrante”, la simplificación de la vida en lo material (“Dólar”), donde aparecen la nada, el todo, la duda, la avaricia y “una bondad que siempre sale herida”.
El carácter conceptual que, en El cajón de las formas se desarrolla, viene dado por el deseo de precisión y la exploración intelectual de cada uno de los objetos, lugares de la geografía o contenido sociológico que quiere expresar. A la definición o forma se adjunta el valor y los atributos que en el poeta suscita en impresión a través del camino de la abstracción hasta llegar a la concisión: en cuanto a la plaqueta nos dice: “Cabeza de alfiler” y otras formas descriptivas, y “tapona las heridas, las estaña, / demostrando el mayor de sus valores / al ganar con su muerte la partida”; de ésta, de la concisión de la forma, al sentimiento en “El mostrador”: “Se apoya el corazón con tanto esmero / para un remedio dar a cada vida / tabla de salvación donde afligida / llega el alma buscando un compañero”; y, finalmente, del sentimiento, a la emoción: “Un trozo de utopía le han descrito / la fe que salta libre en la caída. / Le va la pena en su mitad partida, transhumancia en la sangre lleva escrito” de “El equipaje”.
No sólo por su contenido, se muestra López de la Manzanara como un escritor adscrito al sentimiento de ruptura y al intelecto del corazón, también en la forma retórica. Son frecuentes sus llamadas continuas al universo poético: Y resiste la metáfora “, nos dice, “es precisa la metáfora” se reafirma e insiste una y otra vez en sus poemas. Y en efecto es la metáfora uno de los pilares sobre los que se sustenta la forma de su palabra. Ese poder de la metáfora se hace evidente en la poética de López de la Manzanara. Éste mezcla serie de imágenes tradicionales con otras formas de asociación alógicas o irreales. El autor bebe de la fuente del surrealismo para expresar el poder evocador de la palabra de tal manera que unas veces entre el término real y la imagen existen vínculos de relación sorprendentes o aparentemente alejados y que necesariamente debemos recurrir al contexto del poema para establecer las equivalencias de la igualdad o similitud entre los términos: “llevadme si queréis el equipaje-verso / -atlas de mi mundo que soporto”, “La mesa es un latifundio blanco”, “El reloj, ceremonia de tiempo”, con el símil “como una burbuja que eructa un océano”; o la imagen representada a través del complemento del nombre: “las ruecas de las horas”, el manicomio de la fiesta”, “guadaña de miel”, “las cunetas del lenguaje, que establecen un extrañamiento que sorprenden por su disparidad con la evocaciones a la cultura: la rueca nos recuerda los hilos que nos unen a la vida; al desenfreno social, el manicomio como referencia a la algarabía que un momento dado se produce en la fiesta, fuera de cualquier orden o precepto; al transcurrir del tiempo y la llegada de la muerte las guadañas de miel, imagen recia que participa también de la antítesis y de la sinestesia y que enriquecen la variedad de sus matices.
Pero junto a la metáfora y participando de ella, también permeablemente, otro de los recursos que sustenta su palabra poética es la prosopopeya: “los aromas danzan en el jardín”, “el alba hilvana” y cuyo poder de extrañamiento es aún tan profundo o más que el de la metáfora.
En El cajón de las formas hay una evolución a través del uso de lo que podríamos llamar la definición poética o metafórica: la metáfora o la imagen como una acepción más en la propia definición de la palabra definida: el matraz es “corola de cristal esmerilado”, la probeta “bártulo tan sencillo como el vaso”, la pipeta “columna de cristal, sorbo de beso” el mortero “cráter, fábrica abierta al ungüento” o el jarabe “azucarada máscara ambarina”; referencia formal poética: el hematíe es ”monóculo oxidado” y la plaqueta: “cabeza de alfiler” o la propia prosopopeya en la definición: el leucocito es “perito en blancura” En lo poético sólo caben definiciones poéticas, podríamos afirmar.
Habilidad técnica y dominio del lenguaje son sus recursos para establecer esa heterodoxia en el vivir y en el hacer, incluso cuando un libro de sonetos lleva como señal inequívoca de disensión ante lo normativo, la introducción de una décima y dos sonetos con estrambote, que aún siendo éste un elemento accesorio y tradicional, no deja de ser un sutil motivo más de su heterodoxia.
Por tanto, no entiendo la obra de Cristóbal López de la Manzanara sin estas claves porque su actitud le conduce ineludiblemente desde el conocimiento de la realidad a la poetización de la misma y, por ende, de la vida. Poesía en el papel y poesía en la vida, la esencia de un verdadero poeta, cuya expresión se dilata “como si la tierra fuera humanamente posible”, tanto como si la vida fuera poéticamente posible.

Juan Pedro Carrasco García