lunes, 15 de noviembre de 2010

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LOPEZ DE LA MANZANARA, Cristóbal



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Cristóbal López de la Manzanara Cano nace en Membrilla (C.Real) en 1958. Licenciado en Farmacia y Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Poeta y ensayista. Ha sido redactor de la revista literaria Nayagua y actualmente es subdirector de la revista de creación literaria Cuadernos del Matemático que se realiza en Getafe donde vive y ejerce de boticario desde 1982. También es redactor de la revista Calicanto de Manzanares (C.Real), donde vivió y fundó junto a otros poetas el grupo literario Azuer y la revista Alacena. Fundó la Tertulia Poética Buen Retiro junto a otros poetas de su generación en Madrid. Destaca su actividad política dentro del ámbito farmacéutico como Tesorero de Adefarma y Secretario General de la Federación Nacional de Oficinas de Farmacia. Tiene publicados cuatro libros de poemas. Ha sido antologado en Cuba, Argentina y en España en la Antología Mar Interior de Miguel Casado y en Poetas Manchegos 5x50 de Juan Pedro Carrasco. Como crítico literario,poeta y ensayista ha publicado en la mayoría de revistas literarias del momento y en una monografía de Bartleby Editores sobre la paz titulada 11-M Poemas contra el olvido.



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Episodios de la sed (1989).
Las pesadumbres del ozono (1991).
La voz entre palabra. Poemas 1992-1996 (1998).
El cajón de las formas. Sonetos boticarios y otras formas (2009).



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1979: Premio Manxa.
1988: Premio Internacional de Poesía Amado Nervo.
Premio AEFLA de Poesía en 5 ediciones diferentes


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"El poeta escribe para ser querido. La función social del poeta en el siglo XXI es ser vigía del lenguaje. La noticia ya no es del poeta pertenece a la imagen. El creador sufre con el lenguaje, desvive de él. El oficio de la palabra poética es el más libre de todos los oficios. Los amos ya no quieren por esclavos a los poetas, no les estorban. Unos poetas escriben para que otros los lean, la poesía es endogámica, un género que aparentemente pertenece al deporte, al adorno, al barroquismo social . El acto creador procede del reconocimiento del olvido. Para que la poesía eticamente sea pura hay que asistir a la ceremonia del olvido para luego rescatar lo humanamente posible, es por ello por lo que a mi poesía la etiqueto como poesía sociológica".



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EL MATRAZ

Corola de cristal esmerilado,
con un collar marcando la medida
de la sal, que disuelta se le olvida,
que ácido fue de base acorralado.

Su vientre maternal en un costado
lleva inciso el tatuaje de su herida,
donde deja patente su acogida,
su artesano ejercicio del soplado.

Y enhiesto se mantiene como un cirio
desde un medio reloj vano de arena,
desde un bulbo de sílice y carbono.

Esbelto se mantiene como un lirio
que charla de cristal con la azucena
en la salinidad del abandono.

(Del libro El Cajón de las Formas).

LA PIPETA

Columna de cristal, sorbo de beso,
donde el labio se abraza a su angostura.
Difícil este reto, esta aventura:
sin probar su sabor, salir ileso.

Artificio que sirve en el proceso
donde el índice rige la mesura
del líquido que baja sin cordura
y lo para a merced en el regreso.

Vara hueca que asume la labor
de penetrar la niebla en el soluto
y de expulsar el líquido en porciones.

Regla frágil de químico valor,
que disfruta del mágico atributo
de medir a la vez tres dimensiones.

(Del libro El Cajón de las Formas).


LA EMULSIÓN

Besa ágil la piel como si de boca
se tratara o de labio enamorado.
Se hace el tacto caricia y su recado
se derrama en frescura en lo que toca .

El aceite que a veces se convoca
con el acuoso líquido obstinado
o el delirio del agua concentrado
que ungida con oleo se trastoca.

Y es la diestra cordura de la mano
la que da freno y pone la medida
cuando el tubo de crema está repleto,

quedándose en la piel como un gusano
la pócima de aceite dividida
y el dedo la reparte por completo.

(Del libro El Cajón de las Formas).


HEMATÍE

Pone a la sangre perdida de rojo
este hierro, monóculo oxidado ,
mensajero que lleva en su recado
salud de roble, presa con cerrojo.

Navega por millones a su antojo,
ráfaga de confeti colorado,
y entra por los tejidos desbocado
devolviendo al torrente su despojo.

El odre , cuenco de la hemoglobina
con el que el corazón se hace vampiro
al dividir por cuatro su latir.

Alforja de vigor que se termina
cuando el plasma le otorga su retiro
justo en el cuarto mes de su existir.

(Del libro El Cajón de las Formas).

PLAQUETA

Cabeza de alfiler, hueste inmediata
que va en torrente solidaria y presta,
estrella de la sangre, luz dispuesta
a hilvanar las heridas con su plata.

En el Giensa se suelda, se desata,
y su tonalidad lo manifiesta,
con su fucsia invade la floresta
de una fórmula blanca, casi nata.

Como insecto en la tela de la araña
entrega en el coágulo su vida.
Y en solidario caño de factores

tapona las herida, las estaña,
demostrando el mayor de sus valores
al ganar con su muerte la partida.

(Del libro El Cajón de las Formas).

EL MOSTRADOR


Se apoya el corazón con tanto esmero
para un remedio dar a cada vida
tabla de salvación donde afligida
llega el alma buscando un compañero.


Las novedades andan por su alero
y anuncian juventud desasistida
con liposomas de luna derretida
y coenzimas en forma de lucero.

Rectángulo colmado de paciencia
en donde la salud en cajas vuela
y el alma se combina con la ciencia

Allí, entre las recetas y precintos
el mismo corazón se vuelve escuela
al leer al enfermo los instintos

(Del libro El Cajón de las Formas).

LA BATA

Apotecaria tela enjalbegada
que rebosa salud por la costura.
Tres bolsillos habitan en su hechura
que a la vez son desván, rastro y morada.

Arriba justo en la corazonada,
donde se borda la licenciatura,
una libreta muestra en su escritura
la reciente molécula encontrada,

y un bolígrafo escrito en su capucha
recuerda algún remedio estacional.
En la cadera, justo bajo el talle,



la cuchilla que corta como un dalle:



espolón que en el cartonaje lucha



por abrir a la caja un ventanal.

(Del libro El Cajón de las Formas).

OLOR A FARMACIA

Principios tan activos
como el sabor meloso de la vida
se maceran en las estanterías,
en las alacenas del aire.

La química sueña en la tabla
de un centenar de átomos inventados
como se reinventan los números
para explicar la vida.

(Del libro inédito El Libro de los Olores)


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www.cuadernosdelmatematico.es

www.adefarma.es

www.cuaderno10.com/blogs/las+afinidades+electivas/2009/01

CRISTÓBAL LÓPEZ DE LA MANZANARA, ESCRITOR


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diccionariodeautores@catedramdelibes.com

















La noche parecía eterna, semejante al
contaje de los granos de arena que alberga
el bulbo de un reloj o el de las células
en la cámara de Neubauer. La radio
lanzaba las noticias del mundo de forma
lacónica como si fueran telegramas con
soportes azules. Vendavales de facturas
y de abonos se amontonaban en el diminuto
espacio de la rebotica donde ya
no cabe una palabra que sea motivo de
tertulia.
A las diez de la noche llamaron por teléfono
para preguntar las posibles interacciones
entre dos medicamentos. El
farmacéutico gustoso resolvió la duda
después de propiciar una sobredosis, de
esa que no necesita receta, una terapia
para la soledad que era en realidad lo que
demandaba esa voz tenue y con acento
de ultramar. Mientras el reloj corría lentamente,
el tedio de un silencio sonoro
compuesto por el ruido de los motores
del frigorífico y el aire acondicionado iban
plantando somnolencia en el gesto del
farmacéutico que se dedicaba a empapelar
los archivos jaspeados con documentos
imposibles de llevar al día para complacer
a los burócratas de turno.
En el microondas o fuente de calor, según
la visita sea de amistad o de inspección,
el agua esperaba caliente abrazar
el aroma de los granos de café liofilizados
para mitigar el sueño que circunvala
los albarelos, única ornamentación romántica
que le quedaba a la botica guardiana.
A la una sonó el timbre y en la ventanilla
apareció un rostro que por el hueco de la
ventanilla se asemejaba a una fotografía
de fotomatón por su gesto cansado,
sin duda, por haber soportado una larga
espera en urgencias. Portaba un volante
con el diagnóstico de un accidente fortuito
y doméstico; más abajo aparecía el

**

remedio galénico. El boticario le dispensó
todo lo que estaba escrito en el volante de
urgencia, y la fotografía del fotomatón le
dijo que sólo el colirio pues lo demás se
lo habían suministrado en el ambulatorio.
El farmacéutico se quedó tranquilo pues
no es lo mismo un suministro que una
dispensación. Ya pensaba que le habían
quitado la facultad genuina que le otorga
la seriedad de la Ley del Uso Racional del
Medicamento.
Entre las tres y las cuatro de la mañana
sucederían, unos tras otros, parientes de
enfermos malhumorados por la lejanía de
la farmacia de su domicilio. Las palabras
se tumban de sueño cuando, al farmacéutico,
uno de ellos le preguntó; si aquella
molécula de última generación escrita
en el volante podía ser sustituida por
algún remedio sobrante en su botiquín
de la penúltima prescripción. El susodicho
soltó una veintena de blisters sobre
el poyete del ventanuco, algunos con más
restos gastronómicos que un collage de Barceló

**

Después de este microbús de clientes, el
farmacéutico un poco cansado repasaba
y repasaba los medicamentos apartando
aquellos de próximas fechas de caducidad
y comprobaba con escrupulosidad
los lotes de un fármaco que sanidad había
retirado según rezaban las instrucciones
en los albaranes del último pedido de Cofares.
A las cinco y media de la mañana el camión
de la basura coló sus focos por los
escaparates, entremedias de los displays
que anuncian remedios propios de la estación
en que el año se encuentra, rompiendo
la paz junto al viento que, como
si fuera un cliente con prisas, agitaba el
cierre metálico de la puerta. Mientras,
demandaban por la ventanilla la presencia
del farmacéutico una pareja, ella rubia
con pelo rizado y media melena, 1.67 de
estatura, y él, también delgado y musculoso
con pelo corto y ojos marrones. Él
enseñó la placa de policía judicial y posteriormente
le pidió al titular que pesara el
polvo blanco que contenía el paquete que
le muestra. El boticario acede gustoso y
bromea con la posibilidad de permutar la
supuesta cocaína por Tetraborato Sódico.
Desde que acaba el episodio policial hasta
bien entradas las siete no empieza el
desfile de los olvidadizos; la legión de
miccionadores para el análisis clínico de
rigor que demandan tarros para recoger
la ambarina muestra.
El boticario a eso de las nueve y media
de la mañana desayuna cerca de la botica
con su hijo que estudia A.D.E. Él
le pregunta sobre los ingresos obtenidos
en la nocturnidad y el padre para esquivar
la mala gestión de la noche en términos
empresariales le contesta – Soy
sanitario.
Cristóbal López de la Manzanara