viernes, 25 de febrero de 2011

HE DICHO DE LA CASA VACÍA EN MANZANARES

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE TEO SERNA, LA CASA VACIA

Editorial: Alfonsípolis. Cuenca 2010.

Buenas noches

Teo Serna nos entrega otro libro, un poemario que es fiel reflejo de su pulcritud en todos los aspectos de la vida creadora. Una felina pulcritud, una minimalista pulcritud, un libro meticulosamente cuidado, La Casa Vacía, editado en Cuenca por la editorial Alfonsípolis el año pasado.

Esta obra empieza con una cita del poeta brasileño Lédo Ibo, el poeta que nos dice que los peces también sueñan. La cita reza así: El viento, la lluvia y la arena son los emisarios/ de una eternidad que solo vive en el desgaste/ que quebranta la superficie de las cosas.

Una sensación hablada tantas veces como vivida. Quizás en esa casa vacía habiten las palabras empolvadas de un ciego con ojos de mar tranquilo, como lo eran los de Borges, que nos dice con una falsa e irónica modestia italiana: Con la tarde se cansaron los dos o tres colores del patio.

El libro está escrito y vivido en los bastidores de la tarde, realizado en el pentagrama de un paseo, en el abundante sosiego de un río con noticia, después de haber estado fieramente callado durante años. ¡ Qué fácil es escribir de uno con quién se ha querido tanto y se sigue queriendo tanto !

La Casa Vacía empieza con una dedicatoria: A mi madre, que me lo dio todo, se trata de la presentación lacónica pero reflexiva , un libro que comienza su desarrollo argumentando un acercamiento a la soledad silenciada, por tanto individual, para luego convertirse en una soledad elegíaca.

El prólogo de esta mansión lo constituye un soneto, con el que el autor nos ubica en el campo, eso se vislumbra cundo Teo cuelga en su primer cuarteto estos tres versos: ¡Espacio inmenso, azul tan curvo, esfera/de vilanos, de nubes, claro anhelo/ del lejano horizonte que encarcelo en mis ojos.../. Aquí, en este poema ya gotea esa soledad individual, cuando el poeta nos dice en el último endecasílabo del primer terceto: apenas sus tejados son desiertos. Este prólogo manifiesta una excelsa manera de presentar un libro que trae a mi memoria los ecos de La Casa Encendida de Luis Rosales, otro poemario que da la casualidad que también abre con un soneto para luego explayarse de forma magnífica con el verso libre.

Los primeros poemas dedicados al jardín constituyen una soledad en vuelo, una soledad en primera persona, una soledad bulliciosa donde habla y escribe la vida pastoril, es el ruido hermoso de la vida que nos distrae de lo humanamente posible.

Primera parada

Recuerdo a su madre perdiéndose en la vasta unidad de las palabras, en la travesura austera del lenguaje cuando nos decía que llevábamos la mugre del arte incrustada en las uñas y que éramos unos estafermos en estos tiempos que corrían. Sabia definición del quehacer de un artista. A ello le achaco la obsesión que tiene Teo por la pulcritud de la obra. Los poemas son limpios con una sintaxis lacónica muchas veces desnuda de nexos, con lo que se consigue una frialdad cartesiana en el poema, pero no por ello carente de estética y poesía.

***

Luego en el paseo, púes el poemario está construido desde el ritmo armonioso del caminante, el poeta llega a la puerta de la casa deshabitada, la puerta se transmuta en un elemento de prohibición y de frontera, que separa lo natural, lo público, lo agreste, de un mundo presentido con toda una serie de elementos góticos. Emplea una metáfora kafkiana para dividir y separar el mundo cíclicamente real, del mundo de lo apasionadamente vivido y anímicamente sufrido. Nos muestra en el V poema estos ritmos: La puerta cerrada. /Pero empujo y cede, y un aliento de antes sale a la luz. / En la cerradura una telaraña aniebla lo oscuro jugando con el trapecio / de lo imposible.

La casa es el reencuentro consigo mismo a la vez que con los mundos de otro de sus poetas preferidos Lorca, ese Lorca que nos dice: Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos... El poema V acaba con dos ecos lorquianos que expresan dos momentos antagónicos, dos momentos espirituales que definen la personalidad del espíritu artístico de Teo Serna que nos dice: la lluvia que congregó la tristeza de los perros abandonados / y la alegría blanca de los pétalos encendidos. Federico escribe curiosamente en la Elegía y llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Megías, en el poema alma ausente:como todos los muertos que se olvidan/ en un montón de perros apagados, o en la obra teatral doña Rosita, .. pero como tierna flor sus pétalos encendidos se fueron cayendo heridos por el beso del amor.

Segunda parada

Era toda la canícula del mundo, la luna enjalbegaba nuestras sienes, poetas, pintores y amigos contábamos la vida con la metáfora de la literatura entre sombras, Teo y yo ebrios en todos los sentidos recitábamos a la noche poemas subidos, como homínidos, en los árboles, mientras tratábamos de buscar la cola del centauro en las chinchetas del cielo. Buscábamos la esencia de la poesía en las constelaciones.

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Ya el poeta en ese deambular por la casa descubre el salón y en él las naturalezas muertas, el olor sin olor y su corazón se trasmuta en un fetiche acompasado, y canta a la copa en la transparencia, en su orfandad de agua de manera gótica: De esta copa huyó el agua, evaporada/ como lágrima de una doncella medieval y tristísima…, o cuando en el poema IX el poeta descubre el jarrón con flores secadas por el tiempo y nos dice: La flor seca es fósil ya de aromas y de tactos… Aparece en estos poemas la alusión al espejo como sujeto de la acción o final del hecho. Esta casa tiene un salón con suelo de mercurio que sirve al poeta para acompañar la soledad de sus pasos.

En el poema XII juega otra vez su función central el azogue, la lectura subyugante de otro gran lector, Borges, hace que Teo construya un poema simbiótico, como el de el nieto del comandante de las tres fronteras que nos entrega: Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro/ paredes de la alcoba hay un espejo,/ ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo/que arma en el alba un sigiloso teatro. Teo nos desvela en el poema XII algo parecido: Alguien hay allí, mirándome, que no conozco.

Lo gótico, lo misterioso aparece con expresión pictórica y plástica cuando en el siguiente texto, en el poema XIII, en la luz de la vela, título que me atrevo a poner, pues el autor nos revela el título de cada poema en interior del mismo. En estos versos el poeta expresa: La luz consumió esta vela, su espacio vertical,/ su palabra quieta./ La luz, temblorosa aún de sombra, herida de sombra,/ refugio de cerástides locas/ huidas del fondo neblinoso de los espejos/ y de los ojos de los niños. Y sigo con la mirada de poeta y me hablan las palabras en el silencio que tiene el mismo valor que las propias palabras, y ese silencio preciso y desnudo aparece en el poema de una carta de amor con remite de tiempo. Son las mismas palabras que cambian de color y se vuelven grises cuando al poeta le hablan de forma existencial de la ceniza, y le nace otro poema desde su agnosticismo estético y mítico de arraigada tradición arábigo-judío-cristiana.

Tercera parada

Recuerdo que un día frío de invierno cuando el fútbol acompañaba a la desertización de las calles de Manzanares, pues televisaban un gran duelo Real Madrid – Barcelona, la ciudad parecía el desierto de Los Monegros, solo nos acompañaba el quehacer blanco de la luna y un personaje inmerso en el don de la ebriedad. Teo me comentó que había escrito la metáfora de su vida sobre el mundo. Yo que estaba en el otro estado, en el del deseo del escudero, pues tenía ganas de gachas y de duelos y quebrantos, al principio no le hice caso en esa noche de soledad, luego después de la serenidad que te da la cena hablamos de la metáfora largamente mientras la genciana del gintonic empujaba lo pantagruélico de la cena. La metáfora decía así: Se queman diariamente tantas cosas que es imposible recoger las cenizas.

Luego, con la exacta ebriedad necesaria de la palabra nos fuimos a coger al sueño por los pelos y a esperar la caligrafía azul de la mañana.

***

Otro paso hacia la tremenda elegía a donde nos lleva este libro, en el poema del armario se atisba la muerte, quizás sea el poema con más violencia estética, una violencia de Apollinaire, valgan de ejemplo estos versos que ponen a brillar las aristas afiladas del armario: … un secreto azul como reflejo de puñal adolescente/ un secreto rojo como dentellada de vampiro,.,, una violencia gótica aparece otra vez aquí, como gótica es la historia de Drácula que apasiona al hacedor del libro.

No sería un libro,- permítaseme la expresión-, Teoísta sino llevara en sus páginas corcheas jugando a ser música, así el poeta escribe: - una mano de mujer inexistente/ que buscará una rosa blanca en un lied de Brahms,…Para el autor es imprescindible alcanzar el tempus poético a través del viaje en la música, no faltan elementos en todo el recorrido del libro que dejen sin desvelar la intensa y convulsiva afición que el autor tiene por el arte de Orfeo.

Parada cuarta

Era tan tarde, era tan luna que el relieve de las sombras asombraba la luz, animaba la nitidez de las sombras a corchear un concierto barroco, Teo era el maese de ceremonias cerca de la fábrica de harinas. Cuando la noche se metamorfoseaba en un concierto barroco de élitros improvisado. A cada uno, el poeta asignó el cometido de un instrumento, se produjo una sensación extraña. o quizás, como diría un buen hombre del lugar, un lugareño; el delirio de cuatro locos en medio del sembrao de Sebastián bebiendo Yuntero hasta derribarse.

La negritud como imagen de soledad, la soledad del insecto, la soledad del abandono al describir un viejo corazón, logo de la adolescencia, de amantes imposibles.

***

La casa funciona hasta el poma XL, es decir tres cuartas partes del libro, como elemento gótico y preciosista pues las casas de los humanos de a pie no poseen diván, también este tipo de elementos pertenecen al mundo de lo cinematográfico y lo pictórico, mundos conocidos por mi amigo. La casa es un recuerdo constante, como si todo las emociones andadas por el tiempo existencial, que han dejado huella estuvieran atadas al recuerdo de la vida, un recuerdo sin nostalgia y reflexivo, un recuerdo cinético. Nos dice el poeta: Queda en el diván la huella de un cuerpo,/ en negativo, el aire de un cuerpo;/ Queda el peso, la gravedad tenida.

La casa para Teo es una guerra civil entre el mundo y la tierra, pues el tiempo poético de esta casa vacía lo ocupan muchas casas vacías; la casa deshabitada de esta tierra seca, la casa deshabitada del mar cantábrico, la casa deshabitada de lo que antes fue hotel modernista y la casa deshabitada que fue entusiasmo de amor y creación, todas estas moradas son las que como en un gran puzzle representan la estructura de este libro.

Después de subir despacio la escalera, el poemario también asciende y se vuelve un tratado sobre la reflexión del amor y la soledad. Teo piensa sobre el silencio como eco de soledad a través de la sombra: acude la sombra, como perro fiel,/escribiendo con tinta de alcanfor y armario viejo. Con estos elementos se construye la última parte de libro, una elegía, quizás motivada por la muerte de la madre, palabras puestas en la mano de la tristeza que sustentan la estructura de los diez últimos poemas.

En definitiva la casa es vida, la vida en soledad, la vida íntima que se apaga cuando se acaba el viaje, al salir de la casa a lo público. Al ruido monótono de los ciclos.

Cristóbal López de la Manzanara

Manzanares, 18 de Febrero de 2011, AÑO DEL CENTENARIO DE GÓNGORA, AÑO DEL ENDECASÍLABO

HA DICHO DE MÍ TEO SERNA

PRESENTACIÓN PARA “LA VOZ ENTRE PALABRA”

En un principio fue la voz. En un principio fue el aire, casi la nada, surcando laberintos agónicos, buscando el sonido ronco que hablaba, sin palabra, del dolor. En un principio fue el remedo del eco que se nacía en el pecho para salir a la luz con su carga de sombra y queja. Algo de pozo había en su sonido, algo de agua negra y fresca que se hace transparente al besar la luz, al reflejar en su estertor la quietud de los satélites y de las constelaciones, haciendo con su azogue temblor de luna, tintineo de estrellas, reflejo de la música de las esferas. Era aquella voz deseo de la mano, anhelo de telégrafo inalámbrico con vocación de medir tartamudamente la distancia, para hallar el milímetro más corto entre el laberinto y el alma que se desbocaba como caballo azul, como artificio de color reventando en el cielo su sístole de pólvora negra con entrañas de confetti. Era una voz sola sonando, soñando hacerse mayor para poder caminar por senderos nuevos que llevarían al corazón, o a los intestinos, que abrirían ferrocarriles de juguete con trenecillos de bruja buena. Así se vistió la voz de palabra, como quien se viste una mañana de domingo, y salió al día, gimiendo aún, recién nacida.

Ya era el verbo descarnado, unido al aliento con lianas de lágrima y risa, con impulsos de silencio, como borbotones de sangre componiendo el paisaje único, irrepetible, del ser fieramente humano.


Pero faltaba algo en aquella arquitectura aérea: arquitrabes imposibles para restaurar la magia, capiteles de humo, frisos de espuma, triglifos de cristal, estilóbatos infinitos cubiertos de opalinas miradas atravesadas de éxtasis y quejas: un repertorio extraño, compartida mirada de los dioses, destilación inmensa de los salitres que por los rincones invisibles crecen, a la sombra de miradas infieles. Era la hora de vivir del día en el filo del vértigo, desnudándose honestamente con la palabra. Los universos se dieron la mano mientras esperaban el brillo de la vida, y alguien, en algún lugar, comenzó a malmorir por encontrar lo que duerme en los légamos del río. Las intemperies del corazón explotaron sus cálices sonoros en un carrusel de adivinanzas, y la soledad se acostó, tirando la espera sobre las rótulas de un reloj vivo de miedo. La muerte se abrió las carnes, sacando su carga de ceniza, y el amor subió al trapecio del olvido con la agilidad de quien se sabe inmune. El corazón se miró, al fin, al espejo, para verse desnudo y en volandas.

Desde entonces, es bonito recordarse en la mentira más bella; quizá la única verdad, después de todo.

PRESENTACIÓN PARA “EL CAJÓN DE LAS FORMAS”

(Manzanares, 22-1-10. Biblioteca Municipal “Lope de Vega” de Manzanares)

Comienzo ahora la tarea inútil de presentar a Cristóbal. Y digo inútil, porque todos los presentes lo conocen, saben de él y de sus quehaceres de poeta y boticario. ¿Para qué entonces, esta labor de lo inútil? Quizá porque uno lleva instalado mucho tiempo ya en la industria inútil (es decir, en la poesía y aledaños); quizá porque ahora, aquí, esté construyendo un artefacto verbal que evoca a un amigo; quizá-sobre todo- porque, como dice la canción: “si tú me dices ven, lo dejo todo...”

Y aquí estamos. Aquí estamos al rescoldo vivo de otro libro nuevo (que es cosa milagrosa y de grande alegría), al rescoldo de unas brasas que se encendieron hace ya bastantes meses y que hoy, aquí, ven la luz y prenden llagas, sino por vez primera, sí por primera vez en Manzanares.

He de advertir, antes de continuar, que no voy a ser imparcial con la obra de Cristóbal. Creo que la imparcialidad simplemente no existe, que es una figura “políticamente correcta”. Todos tomamos posiciones siempre, y yo, lo confieso, desde la amistad, me posiciono. Dicho queda.

Un libro es un, sí, un milagro. Un libro de poesía es, además, un milagro raro; el milagro de los milagros: algo así como la multiplicación del vino en los odres cuando el vino escasea (y esto, dicho sea de paso, sí que es un milagro).


A título personal diré que este “Cajón de las Formas” me trae a la cabeza muchos paseos lentos por las calles de Manzanares, hablando (siempre de noche) de cosas que importan nada o muchísimo: hablando de poesía, de vino, de arte, de rimas incompletas, de sílabas cojas, de tercetos, de estrambotes, de descotes de mujeres... Conversaciones a la pálida luz de un Yuntero pálido (de los de antes), refugiada en el fondo escarchado de un vaso o en la tibia circunferencia, recién besada, de una copa. Conversaciones que iban del rojo al negro y vuelta al azul, al oro, al amarillo, al violeta. O sea: del tinto a la noche y vuelta al cielo, al trigo, a la cardencha, al azafrán... O sea: de la vida a la muerte y vuelta a lo eterno, al deseo, al dolor, a la pasión... O sea: de la sangre a la tumba y vuelta al éter, a la tierra, a la raíz, al filo del puñal...y así tiro porque nos tocaba jugar al oficio, perfectamente inútil de la poesía. Y nos tocaba perder (si es que se podía perder) y ganar a veces. Y de oca a oca y vuelta al pozo, a la calavera, a la primera casilla, a subir la escalera que acortaba caminos o a descenderla vertiginosamente.

Sí, claro que éramos jóvenes y nos creíamos el juego. Ahora también, pero de otra manera. Como escribimos de otra manera y soñamos de otra manera. Pero soñamos y escribimos, es decir: hacemos lo mismo. Y vuelta a empezar.

Pero divago, creo, y me pierdo en las curvas y en las transversales. Y como dijo Cervantes:”Muchacho, prosigue tu discurso en línea recta y no te pierdas en las curvas y en las transversales, porque para sacar una verdad en limpio son menester muchas pruebas e repruebas”

Estábamos... ¡ah, sí! en el “Cajón de las Formas”.


Creo que de las infinitas definiciones que se podrían hacer de la poesía (corríjanme los poetas), una podría ser: “Poesía: ejercicio de alto riesgo”. Yo lo creo así, al menos. Poetizar es exponer y exponerse, acercarse constantemente a la torreta de alta tensión, con sus tibias y su calavera impresas sobre fondo amarillo de aviso para caminantes despistados. Si, además, a este ejercicio se añade otra dificultad más, el riesgo es mortal. Y en poesía... ¿hay algo más arriesgado que hacer un soneto? Bueno, pues, no uno ¡sino 49! 49 sonetos, 49. La excursión es peligrosa, la aventura, apasionante. Cristóbal ha sido muy valiente (espero que no suicida) al emprender esta tarea, Una tarea que indaga en el ejercicio versificador con la paciencia que se debe tener en estas lides. Con paciencia y con precisión. Porque preciso hay que ser para que la forma reina en poesía (el soneto) no se te rebele (con b), pero se te revele (con v). Imaginemos a un fotógrafo de los de antes de las cámaras digitales en la atmósfera roja de su cuarto viendo cómo aparece la imagen tenue de un paisaje: así es, en esencia, un sonetista en la atmósfera azul de su estudio, esperando ésa imagen lenta, esperando el fantasma desvaneciente de la metáfora o la luz viva de la imagen poética. Y todo en silencio, en el silencio sagrado que la creación auténtica conlleva y necesita, como si la verdad estuviese aliada con la piedra o con el agua profunda.

He hablado de fotógrafos, y hablo ahora de jardineros, porque aquí está también el poeta como cuidador de bonsáis, recortando con tijerillas de plata las ramas que sobran, apartado esa hojita verde que descompone la figura, guiando el tronco para que todo parezca (para que todo sea) natural, perfectamente armonioso y rico (aunque todo sea producto elaborado y artificial, como esos parterres versallescos, tan simétricos).

A mí, personalmente, me gustan los sonetos que no lo parecen: ésos que disimulan las rimas en los encabalgamientos, o que discurren frescos, sin el ritmo excesivo, casi marcial, del endecasílabo. ¿Un soneto que reniegue de serlo? No. Un soneto discreto, que pase de puntillas, que se reafirme en sí mismo y se muestre orgulloso, pero que no grite machaconamente su mismidad. Un soneto que presta su forma para que el poeta vierta en ella el agua poética; así el agua se acomoda a la vasija, se transforma en su interior, pero no deja su fluido de ser libre, llenos sus átomos de vibraciones cambiantes, sus fronteras prestas a ceder al impulso último de la palabra trabajada.

Y este “Cajón” está lleno de estos sonetos. Los hay boticarios, sí, que nos hablan de ciencia y hematología; los hay vinateros; los hay paisajísticos, sociales (¡ah, la sociología!), juguetones, serios (muy serios), evocadores, nostálgicos, vestidos con el morado de Semana Santa... da igual el tema (el tema es siempre una excusa). Siempre nos sorprenderá Cristóbal con el relámpago final de la metáfora inesperada, nos mostrará un venero oculto allí donde antes sólo veíamos vulgar materia. Poesía, en fin, con mayúsculas. Poesía que nos hace ver chirivitas de luz y asomarnos inteligentemente al fondo de lo cotidiano. Poesía también con “mensaje” (palabra ésta que da un poco de miedo y hay que coger con pinzas). Poesía que nos emociona desde la razón y nos racionaliza desde el corazón.


Ahora, para terminar, me voy a permitir un sonetillo como prólogo para otros sonetos; un soneto que trata de expresar lo que para mí (y creo que para Cristóbal) es la poesía, o mejor, el hecho de poetizar:

Ver una rosa pura revelada.

Ver ocultas verdades cada día

con la luz amarilla de poesía

y un blanco de camisa almidonada.

Comprender la belleza desbocada

en cristales de azul melancolía.

Saber que no te alcanzo todavía,

amante que me miras tan callada.

Cristóbal, ¡qué difícil saber ver,

saber mirar con alma de poeta,

acariciar las cosas sin temer

la claridad hermosa, sin recelo!

¡Qué difícil llegar a ser cometa

sin levantar los pies del puro suelo!

MONTAJE VISUAL SOBRE LA CASA VACIA