lunes, 15 de noviembre de 2010

















La noche parecía eterna, semejante al
contaje de los granos de arena que alberga
el bulbo de un reloj o el de las células
en la cámara de Neubauer. La radio
lanzaba las noticias del mundo de forma
lacónica como si fueran telegramas con
soportes azules. Vendavales de facturas
y de abonos se amontonaban en el diminuto
espacio de la rebotica donde ya
no cabe una palabra que sea motivo de
tertulia.
A las diez de la noche llamaron por teléfono
para preguntar las posibles interacciones
entre dos medicamentos. El
farmacéutico gustoso resolvió la duda
después de propiciar una sobredosis, de
esa que no necesita receta, una terapia
para la soledad que era en realidad lo que
demandaba esa voz tenue y con acento
de ultramar. Mientras el reloj corría lentamente,
el tedio de un silencio sonoro
compuesto por el ruido de los motores
del frigorífico y el aire acondicionado iban
plantando somnolencia en el gesto del
farmacéutico que se dedicaba a empapelar
los archivos jaspeados con documentos
imposibles de llevar al día para complacer
a los burócratas de turno.
En el microondas o fuente de calor, según
la visita sea de amistad o de inspección,
el agua esperaba caliente abrazar
el aroma de los granos de café liofilizados
para mitigar el sueño que circunvala
los albarelos, única ornamentación romántica
que le quedaba a la botica guardiana.
A la una sonó el timbre y en la ventanilla
apareció un rostro que por el hueco de la
ventanilla se asemejaba a una fotografía
de fotomatón por su gesto cansado,
sin duda, por haber soportado una larga
espera en urgencias. Portaba un volante
con el diagnóstico de un accidente fortuito
y doméstico; más abajo aparecía el

**

remedio galénico. El boticario le dispensó
todo lo que estaba escrito en el volante de
urgencia, y la fotografía del fotomatón le
dijo que sólo el colirio pues lo demás se
lo habían suministrado en el ambulatorio.
El farmacéutico se quedó tranquilo pues
no es lo mismo un suministro que una
dispensación. Ya pensaba que le habían
quitado la facultad genuina que le otorga
la seriedad de la Ley del Uso Racional del
Medicamento.
Entre las tres y las cuatro de la mañana
sucederían, unos tras otros, parientes de
enfermos malhumorados por la lejanía de
la farmacia de su domicilio. Las palabras
se tumban de sueño cuando, al farmacéutico,
uno de ellos le preguntó; si aquella
molécula de última generación escrita
en el volante podía ser sustituida por
algún remedio sobrante en su botiquín
de la penúltima prescripción. El susodicho
soltó una veintena de blisters sobre
el poyete del ventanuco, algunos con más
restos gastronómicos que un collage de Barceló

**

Después de este microbús de clientes, el
farmacéutico un poco cansado repasaba
y repasaba los medicamentos apartando
aquellos de próximas fechas de caducidad
y comprobaba con escrupulosidad
los lotes de un fármaco que sanidad había
retirado según rezaban las instrucciones
en los albaranes del último pedido de Cofares.
A las cinco y media de la mañana el camión
de la basura coló sus focos por los
escaparates, entremedias de los displays
que anuncian remedios propios de la estación
en que el año se encuentra, rompiendo
la paz junto al viento que, como
si fuera un cliente con prisas, agitaba el
cierre metálico de la puerta. Mientras,
demandaban por la ventanilla la presencia
del farmacéutico una pareja, ella rubia
con pelo rizado y media melena, 1.67 de
estatura, y él, también delgado y musculoso
con pelo corto y ojos marrones. Él
enseñó la placa de policía judicial y posteriormente
le pidió al titular que pesara el
polvo blanco que contenía el paquete que
le muestra. El boticario acede gustoso y
bromea con la posibilidad de permutar la
supuesta cocaína por Tetraborato Sódico.
Desde que acaba el episodio policial hasta
bien entradas las siete no empieza el
desfile de los olvidadizos; la legión de
miccionadores para el análisis clínico de
rigor que demandan tarros para recoger
la ambarina muestra.
El boticario a eso de las nueve y media
de la mañana desayuna cerca de la botica
con su hijo que estudia A.D.E. Él
le pregunta sobre los ingresos obtenidos
en la nocturnidad y el padre para esquivar
la mala gestión de la noche en términos
empresariales le contesta – Soy
sanitario.
Cristóbal López de la Manzanara

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